Acabo de leer hace un rato dos entradas antiguas que había escrito aquí. Estoy haciendo un mantenimiento de mi blog, y quise releer esas dos en particular.
En una de ellas escribí sobre Alfonso Reyes y el arte de la cocina. En la otra hablé sobre la experiencia plena del acontecer cotidiano, a partir de una reflexión de la pluma de G. K. Chesterton.
Los dos autores pensaron de forma muy original respecto a nuestro modo de saborear cada momento. Es curioso que mientras uno ambientó su ensayo en la cocina, el otro haya considerado el sabor de un pudín. ¿Por qué será?
Si lo pensamos un poco diríamos esto:
"cada momento puede degustarse como se prueba un postre nuevo o como se saborea un vino que probamos por primera vez".
¡Eso es suficiente!
... Pero ¡espera! ... ¿lo es? No cabe duda que ser conscientes de que cada instante es algo único que conviene atesorar sería excelente. Sin embargo hay más.
"¿Más, dices?" quizá te encuentres ahora preguntando. "Sí, claro que hay más" te contestaré.
¿Disfrutar el presente es todo lo que importa para ser feliz?
Es probable que hayas visto muchas veces esa idea, expresada con esta frase o alguna muy similar (probablemente atribuida erróneamente a Borges, Shakespeare o incluso al papa Francisco):
Vive cada día como si fuera el último de tu vida, pues alguno lo será.
Cuando leo algo así pienso: 'sería muy triste si lo vivo solo'. ¿¡Ves ahora cómo no siempre es suficiente!? Volviendo al inicio de esta reflexión, ¿qué puede hacer aún mejor un gran pudín, o al pastel que jamás has probado antes, o al delicioso vino nuevo? Obvio, la compañía.
Seguro que tú también saboreas con más ganas un postre si, mientras lo pruebas, disfrutas una conversación agradable con un buen amigo. Y los atardeceres, muy hermosos aunque estemos solos, con la persona correcta a nuestro lado se vuelven inolvidables con facilidad. La compañía, la amistad, el amor, ... hacen al tiempo bastante más que un momento único: lo vuelven eterno.
No significa todo esto que sólo los momentos que pasamos acompañados sean valiosos. A lo mejor es raro, pero hay momentos únicos que me gusta guardar sólo para mí precisamente porque fueron únicos.
En cualquier caso, hay algo más que en cierto modo nos acompaña siempre a todas partes: el pasado.* No solo nuestro pasado, sino el pasado: todo el pasado, en general.
El pastel y el vino existen porque alguien ya los ha preparado. El amigo con quien lo disfrutamos (o en quien pensamos, porque tal vez no nos acompaña) es nuestro amigo por lo que hemos vivido juntos. Y así, sucesivamente.
Y aunque valorar el tiempo no se trata de vivir pensando siempre en el pasado, tampoco se trata de despreciarlo. Ante el pasado caben al menos dos actitudes opuestas, cuyo efecto -como es lógico- será el contrario en cada caso:
O consideramos al pasado como algo vano para nuestro presente -que simplemente nos pasó**- y comenzamos a sentir amargos los frutos dulces del tiempo vivido. O echamos luz y desenterramos el tesoro de nuestras experiencias, alegrías, compañías, aprendizajes y tantas otras cosas que nos han cambiado, y lo saboreamos sin olvidar que también hemos dejado nuestra propia huella cada uno de esos días.
Así pues... ¿cómo quieres vivir a partir de ahora tu presente... y tú pasado? Que a fin de cuentas algún día serán lo mismo: el tiempo que ha pasado.
___
* Esta idea se parece un poco, justamente, a la del texto Metafísica de la cocinera de Alfonso Reyes.
** Y esto es como lo que dice Chesterton sobre el pudín que comemos y saboreamos con alegría o que simplemente lo engullimos sin más, o sobre el ático al que podemos observar poéticamente o como si fuera simplemente un ático sin encanto alguno.
* * *
Nota: No se me habrían ocurrido algunas de estas reflexiones sin lo que me ha hecho pensar Pedro David, mi hermano, sobre algunos temas de los que hemos platicado. Esta breve reflexión se la dedico a él.