En marzo de 1956, Alfonso Reyes escribió un muy breve ensayo un poco jocoso sobre metafísica. Le tituló Metafísica de la cocinera, pues trata de ideas filosóficas que ejemplifica con una experiencia y aprendizaje que tuvo gracias a la cocina casera que probó en San Sebastián (España) en 1914.
Dice Reyes en su corto ensayo que las personas necesitamos rectificarnos de vez en cuando, viéndonos a nosotros mismos y, concretamente, nuestros recuerdos. ¿No será — se pregunta el escritor — el objeto inmediato de nuestra existencia, «el ir creando un pozo de recuerdos»?
En su texto menciona dos metáforas de aquello: primero la del viticultor que mezcla un poco de las reservas buenas de otros años, con las de cada nuevo año. Segunda, el caldo que probó en San Sebastián: logró que la cocinera le revelara que cada día apartaba una taza, para verter su contenido en el caldo que prepararía al siguiente día; y por eso es que a la breve reflexión filosófica (metafísica) de su texto, le llamó metafísica de la cocinera.
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