Hace noventa años, un diez de enero como hoy, el pequeño periodista/detective Tintín tuvo su primer aventura, que fue recogida en el periódico católico Le Vingtième Siècle. La tuvo, ni más ni menos, que en el País de los Soviets.
Esa fue la primera de muchas aventuras de este joven con su perro Milou. Juntos visitaron remotos lugares como Egipto, América del Sur y hasta la Luna.
Tintín fue un amigable muchacho de «corazón puro» que surgió de la pluma y lápiz del caricaturista Georges Remi (seudónimo Herge). Hoy quiero escribir sobre él, porque creo que hay mucho que podemos aprender de Tintín.
Hablaré principalmente de una gran virtud que deberíamos imitarle: su insaciable curiosidad (amor a la verdad), que lo impulsa a acometer las más complejas empresas con entusiasmo, con el fin descubrir la verdad de diversos asuntos.
En sus trayectos, y al conocer a personas de lugares muy diversos, Tintín descubre muchas cosas sobre la naturaleza humana. Con él las descubrimos nosotros, los lectores, si estamos abiertos a ver con el corazón (parafraseando a El Principito, de Saint-Exupéry).
Recordemos hoy a este agradable personaje que nos enseña que los múltiples enigmas de la vida siempre encierran grandes sorpresas que desvelarán quienes estén dispuestos a descifrarlos con la ayuda de los demás, con el ánimo dispuesto y con alegría, valor y entereza. Aprendamos de Tintín todo eso, y a buscar y defender con empeño la verdad, sin perder nunca la esperanza.
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